domingo, 11 de enero de 2009

EL JUDÍO SAXOFONISTA


Si a cada soplido se sumase un aliento, todos conformarían un compás marcado a ritmo de jazz. Mientras las luces sombrean, detrás, un aullido armónico decora la sala cuando entramos, y un manojo de sensaciones se desdibujan en las manos del saxofonista joven que empuja sus dedos sobre las teclas dóciles de su saxo.


Entre el humo tenue de un cigarrillo mascado a través de muecas relajadas se abren las notas, un solo de saxo y una cerveza en un remoto lugar, entretienen al señor de barba que respira tragándose el humo y el compás.


Un día más detrás del fingido club de jazz la gente se coloca ordenada. Una mirada cómplice los acompaña a todos y derrama tiempo libre. Más música y tras el estruendo del saxo, emociones antiguas llegan hasta las bocas de los que se llenan del color musical para recordar tiempos pasados, un suspiro callado se oye en la parte de atrás y nadie mira, una mueca de pie, un brazo del amante que acaricia la piel suave del cuello de la amada, y más música.


Entre las palabras ya dichas, dos jóvenes se miran, jóvenes de tiempo medio con algo de historia hablan sin hablar. Para el saxofonista y cae la tensión. Primer descanso.

Vuelve a posar los labios sobre su saxo mientras alguien le mira, una mirada conocida y suave sabe de él, alguien lo espera al final, alguien que no se sorprende y que sólo admira. Otra mirada de chica suspira mientras el saxofonista paladea las notas, un swing y la pared como sujeción para la cabeza levemente inclinada de la chica del suspiro. Olvido, Segundo descanso.


Detrás al final del todo un hombre con apariencia mira a la chica suspirante y la desea en silencio. Un marido y una mujer que no paran de hablar y un casanova, don Juan de a pie y dolce gabana, también la mira, la miran sin que ella se deje ver. Notas para un final.


Mrc.

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