miércoles, 17 de diciembre de 2008

LA CARA Y LA CRUZ DE LA NAVIDAD

LOS EFECTOS DE LA NAVIDAD

Dicen que todas las estaciones tienen su encanto pero, cuando me observo corriendo apretadamente por las calles a la caza del regalo más significativo, entrañable o incluso raro, cuando buscamos manifestaciones de afecto entre copas excesivas y reuniones forzadas, o evocamos una felicidad de centro comercial mientras descansamos nuestra fatiga. Cuando los Reyes Magos desaparecen y ceden paso a la carta de compra de El Corte Inglés, y las reuniones familiares se suceden en interminables colas de espera para comer en comedores o comederos, según se mire, de moda o renombre. Y el vino lleva carta de presentación y el cava se estrella en infinidad de sabores que te abofetean la cara según los spots publicitarios (perdonad el spaglish), o los amantes se rozan borrachos por el elixir perfumado de las marcas de lujo. Sólo entonces, recuerdo los cantos navideños, los villancicos con mis abuelos y el sonido machacón pero dulce de la botella de anís vacía y el fuego cálido que me devuelve una imagen lejana, gastada y mohosa de un ayer que, a veces, se nos olvida.
María Ruiz Calvente
LOS AFECTOS DE LA NAVIDAD

No me considero una incondicional de la Navidad, y no me gusta el cariz consumista que ha alcanzado esta fiesta, pero me gustaría decir algo a su favor. Yo soy la típica del “esta semana lo llamo o la llamo y nos ponemos al día”, o “sí, luego le mandaré un email”, o “mañana le mandaré un sms para ver cómo está”… Y el tiempo pasa y no lo hago, no porque no quiera, sino porque lo voy dejando. La Navidad para mí es el momento en el que consigo sentarme y escribir un montón de felicitaciones de Navidad, porque yo soy de las de antes, de las de sobre y sello, nada de reenviar mensajes sacados de Internet. Es el momento en el que vuelve a decirle a la gente “me acuerdo un montón de ti” o “te echo de menos”. Sí, ya sé que podría hacerlo en cualquier momento, ¡pero no lo hago! Y la Navidad me da ese empujón que necesito para retomar el contacto con la gente que quiero.

Además, ¿qué sería de nosotros sin esos arrebatos de sinceridad que nos dan con unas copitas de vino después de la cena de empresa? ¿Qué sería de nuestro día a día sin ese “me caes bien” que huele a whisky del compañero con el que aún no te había dado tiempo a hablar? ¿Qué sería de aquellos a los que nos gustan los abrazos, sin ese abrazo de despedida a los rezagados de la fiesta navideña?

Lo admitamos o no todos necesitamos ese contacto físico, ese sentirnos queridos y si la Navidad sirve para abrirnos un poco el alma pues, bendita sea.

Beatriz Lardón

No hay comentarios: