domingo, 13 de septiembre de 2009

Buhonera

No es malo que el hombre esté solo.
Mi abuela Enriqueta me decía siempre lo mismo cada vez que nos hacíamos a la mar. Sonreía pequeña, aún siendo, yo pequeño, ella me lo parecía, sus manos suaves y menudas me enroscaban los rizos mientras miraba al mar.
Nunca es malo que el hombre esté solo, besaba a mi padre para despedirlo. Mi padre decía que su madre era un pescador- comerciante, un arriero y una buhonera, todo junto tras su peineta de domingo y mantilla. Mi abuela cruzó los caminos con su pescado hasta Granada desde Almería para cambiarlo por aceite y, como polizón, solía colarse en el barco de su padre para navegar. Mi abuela remendaba redes como un hombre y aguantaba la soledad indecisa, cargada de incertidumbre, como mujer. Bordaba y aparejaba el mulo, caminaba, remendaba y esperaba quieta mientras las olas del mar susurraban nuestro destino.

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